jueves, 21 de junio de 2012

Un mundo de siglas

Nuestro mundo, cada día más complejo y al mismo tiempo cada día más simplón, nos ha rodeado de siglas y acrónimos. Formados por las iniciales de los vocablos de una denominación compuesta, se usan como forma abreviada de referencia. De los LP hemos pasado a los CD y los DVD; del FBI y la KGB a la OEA, el FMI o las ONG; del ADN al SIDA. Su proliferación ha provocado dudas acerca de su escritura correcta. Hagan la prueba repasando las páginas de nuestros diarios.

Debemos tomar en cuenta que se escriben con todas sus letras en mayúsculas, sin tilde y sin puntos ni espacios blancos de separación entre las letras. Solo se recurre a los puntos cuando van incluidas en un texto que está escrito enteramente en mayúsculas¸ por ejemplo un titular de prensa rezaría O.E.A. CELEBRA CUMBRE.

Si queremos expresarlas en plural debemos mantenerlas invariables en la escritura y recurrir al uso del plural en las palabras que concuerdan con ellas: varias ONG presentaron DVD relacionados con sus actividades. Las siglas siempre adoptan el género de la palabra considerada el núcleo de la expresión de la que proceden. En OEA el núcleo es la palabra organización, sustantivo femenino, por lo que la sigla se considera femenina y así decimos que la OEA firma una declaración de intenciones.

Las siglas que se leen tal y como se escriben se llaman también acrónimos. Unas y otras, si se popularizan y son muy usadas, suelen generar palabras que se incorporan a nuestro vocabulario común. Un ejemplo criollo: la amet detuvo el tránsito para que pasara la omsa. En este caso siguen las normas generales de pluralización y acentuación. Las siglas llegaron para quedarse. ¡Que no nos agarren asando batatas!


 


 

Palabras con alas

Disfruto las consultas que me permiten bucear en la historia de las palabras, casi siempre sorprendente. Las azafatas eran en su origen las camareras encargadas de asistir a la reina con sus vestidos y joyas para lo que se ayudaban de una bandeja de poca altura denominada azafate, que terminó por darles nombre. Uno de los registros más antiguos de esta palabra se encuentra en un inventario de los bienes de Felipe II en 1600. Con este significado se registra ya en el primer diccionario académico en 1726, en el que se aclara que se llama azafata "por el azafate que lleva y tiene en las manos mientras se viste la reina".  


 

El cambio en los tiempos produjo, como siempre, el cambio en la lengua y, con los años, la palabra azafata sirvió para denominar a las auxiliares de vuelo encargadas de atender a los pasajeros de los aviones. La leemos ya con este significado en una novela de Miguel Delibes de 1948. La Academia, como debe ser, sigue a los hablantes cultos y la incluye en su diccionario en 1956. En América, además, aparece el compuesto aeromoza, que ingresa en el diccionario académico en 1992.


 

Como las azafatas, tanto las reales como las aéreas, tradicionalmente eran mujeres, nunca hubo necesidad de buscar un masculino. Eso cambió a finales del siglo XX. Una profesión considerada femenina se amplió a los hombres y poco a poco surgieron los azafatos o los aeromozos, o los mucho más asépticos y aburridos auxiliares de vuelo. Una vez más la Academia adapta su diccionario y, en la próxima edición, incluirá también los sustantivos masculinos. Como ven no siempre somos las mujeres las que ampliamos campos y hacemos volar las palabras.    


 

Con mucho recorrido

No hay carnaval sin vejigas. Las que usan nuestros diablos cojuelos se acercan al origen de la palabra. Se trata de una bolsa de tripa de un cerdo, vaca u otro animal, que se rellena de aire o de líquido. De esta ancestral bolsa de tripa hemos derivado también hasta nuestras actuales y coloridas vejigas de fiestas y cumpleaños, acepción que, por cierto, falta en el Diccionario Académico. Nuestra patrimonial vejiga tiene su origen en el latín vesica, de donde también procede el cultismo médico vesícula, que no es más que una vejiguita.                                

En la antigüedad se denominaba también con este nombre a una pequeña bolsa fabricada de tripa de carnero en la que los pintores conservaban sus pinturas al óleo. Existe en la República Dominicana además la vejiga que en los campos se utilizaba (no sé si se mantiene este uso todavía) para llevar tabaco. De ahí surgió una expresión dominicana con sabor a monte y a autenticidad, ser una persona de tabaco en la vejiga, con ella se calificaba a las personas valientes y resueltas.

Seguro que han notado que los dominicanos, como muchos otros hispanohablantes, pronunciamos el sonido de la jota como una aspiración. Esta pronunciación aspirada tiene un origen muy antiguo. Como también usamos este mismo sonido aspirado en muchas palabras que tienen hache y relacionamos esta costumbre con una pronunciación vulgar, hay hablantes que tratan de autocorregirse y pronuncian vejiga como [vehiga]. No es necesario el esfuerzo. Lo correcto es vejiga. De la otra forma ¿no les suena como si ya se hubiera pichado?; y eso es lo último que queremos.