miércoles, 25 de junio de 2014

Ternura y grandeza

              Nuestra lengua nunca nos defrauda cuando nos acercamos a ella con curiosidad. Su riqueza y su variedad lucen a poco que profundicemos, especialmente en el vocabulario. Por razones históricas son muchas las lenguas que han aportado palabras al español. Estos hallazgos nos sorprenden hasta en las voces más cotidianas. ¿Han pensado en la ternura que nos provoca una palabra que consideramos tan nuestra como chichí?
              Chichí es un sustantivo, común en cuanto al género –decimos el chichí y la chichí-, con el que designamos a un bebé o a un niño de corta edad. Este el significado con el que lo usamos en el español dominicano pero no se trata de una palabra exclusiva de la República Dominicana. Se utiliza también, casi siempre con un matiz familiar y afectivo como el nuestro, en Nicaragua, El Salvador, Costa Rica, México, Guatemala, Honduras y Panamá.
              Si queremos seguir indagando, encontraremos que su origen es lejano, en el tiempo y el espacio. Procede del náhuatl (lengua de la familia yutoazteca hablada en México) chichi, que significa ‘mama, teta’. De ahí que en México se refiera también a la nodriza o incluso a la abuela; y en Nicaragua al biberón.
              Pero las sorpresas no acaban aquí. Nuestra tradicional chichigua procede también del náhuatl chichihua, derivado de chichi, que significa ‘ama de cría’. Por qué extraños derroteros llega a referirse a una cometa todavía está por descubrir.

              Ni que decir tiene que chichí y chichigua, en apariencia modestas y familiares, representan un ejemplo muy tierno de la riqueza de la lengua española. Nos hablan de la riqueza de sus orígenes, de su historia, de su mestizaje y de la grandeza de los pueblos que la usan, entre los que nos encontramos nosotros. 

martes, 17 de junio de 2014

La cultura del fútbol

            Estamos metidos de lleno en el Mundial de fútbol (o futbol, que ambas grafías pueden usarse como adaptación del inglés football). Existe también la voz balompié, calco del inglés, y que forma parte del nombre del equipo de mis amores (o dolores), el Real Betis Balompié. ¿Habían escuchado alguna el sonoro adjetivo balompédico?
            El origen inglés de este deporte contribuye a que su terminología sea abundante en préstamos (más o menos adaptados). Algo similar sucede en nuestra pelota. El gol (del inglés goal) ya no podría llamarse de otra manera; de la misma forma que el jonrón (de home run) ha adquirido carta de naturaleza en nuestra lengua. Es evidente que la adaptación de ambas palabras ha sido completa y respeta las normas del español. Es lo menos que podemos pedirles a los extranjerismos.
            El peligroso saque (o tiro) de esquina es nuestra versión del corner; si optamos por castellanizarlo no debemos olvidar la tilde. Si nos pitan una falta dentro del área echemos mano del americanismo penal, mucho más sonoro que penalti, anglicismo adaptado habitual en España y, ni que decir tiene, que el puro y duro penalty. A veces un empate final obliga a que suframos, o gocemos, una emocionante tanda de penaltis. La  emoción o la decepción (según sea el resultado) no nos puede hacer olvidar la ortografía.
Toda competencia (o competición) deportiva supone dos rivales y aquí empieza el peligro de que aparezca el anglicismo versus: en español de toda la vida decimos contra o frente a.

Debemos hablar, y escribir, de fútbol con corrección. El deporte es cultura y esta condición tiene que notarse en todo lo que se relacione con él. Tenemos todo un mes por delante para disfrutar del fútbol en español. 

martes, 10 de junio de 2014

Nunca mejor dicho

             Los que nos dedicamos a la divulgación del buen uso del idioma solemos dar prioridad a la corrección de la lengua escrita y dedicamos menos atención a lo que puede mejorarse en nuestra forma de expresarnos oralmente.

            La variedad del español que usamos en la República Dominicana tiene características particulares en la pronunciación que no son consideradas errores, como el seseo o la aspiración. Sin embargo, existen errores que escuchamos en todas las áreas donde se habla español, que son considerados vulgarismos y que, como buenos hablantes,  debemos evitar. Casi siempre pensamos que nuestro problema es que nos “comemos” los sonidos pero uno de los vulgarismos más frecuentes consiste en añadir una consonante donde no la hay.

            Sucede a menudo con las palabras que comienzan por hue-. ¿Quién no ha dicho u oído alguna vez [güeso] por hueso, [güeco] por hueco o [güevo] por huevo? Esta adición de una consonante  suele producirse también al conjugar la segunda persona del singular pretérito de los verbos. Muchos dicen *jugastes en lugar de jugaste o *bebistes en  lugar de bebiste. Probablemente el hablante trata de asemejarla a la segunda persona del presente (juegas, bebes).

            Como reacción a la desaparición cada vez más frecuente en el lenguaje coloquial de la  -d- entre vocales muchos hablantes cometen el error de añadir una d en palabras que no la llevan: *bacalado por bacalao o *vacido por vacío. Son casos de un fenómeno que denominamos, con una de esas palabrejas que nos gustan a los lingüistas, ultracorrección. El hablante, consciente o inconscientemente, se corrige más allá de lo necesario.
           
            Una expresión cuidada (voz modulada, vocalización y buena pronunciación) habla muy bien de nosotros y nos ayuda a conseguir nuestro objetivo: que se nos entienda bien.


martes, 3 de junio de 2014

Un buen consejo

              Las palabras no pueden calificarse como mejores o peores, como más o menos elegantes. Lo que convierte en buena una palabra es que sea adecuada a lo que queremos comunicar con ella. Si acertamos en la elección de un término para expresarnos con precisión, sin duda este término puede calificarse como bueno. Si nuestras palabras se adaptan a nuestros interlocutores y a la situación en la que las estamos usando podemos calificarlas además como elegantes.

              Para nuestro lenguaje diario solemos elegir las palabras más sencillas pero muchas personas parecen entender que cuando escriben la cosa cambia. Existe la idea equivocada de que el lenguaje escrito exige palabras más rebuscadas, mientras más largas y enredadas mejor. Hay quienes llegan, como nos cuenta El libro del español correcto del Instituto Cervantes, a “inventar palabras más largas para suplantar a otras más cortas con el mismo significado”.

              Esta obra nos proporciona algunos ejemplos de este mal uso en los que muchos nos podríamos ver reflejados. Es preferible usar iniciar en lugar de inicializar; culpar en lugar de culpabilizar; actitud o postura en lugar de posicionamiento; recibir en lugar de recepcionar; aclarar en lugar de clarificar.

              El ejemplo por antonomasia es uno que no me canso de corregir. ¿Qué creerán que consiguen los que dicen *a lo interno cuando quieren decir dentro? ¿Quizás piensan que se oyen más finos o más cultos? Están equivocados. Para expresarnos con propiedad y corrección debemos evitar estas expresiones rebuscadas que, en muchas ocasiones, son también incorrectas.

              En el libro citado encontramos este consejo de Winston Churchill: “Las palabras cortas son las mejores, y las viejas palabras, cuando son cortas, son las mejores de todas”. La verdad es que somos cada día más reacios a llevarnos de consejos pero con este de Churchill podemos hacer una excepción.